miércoles, 12 de mayo de 2021

APUNTES: HISTORIA DE LA FUNDACIÓN DEL RITO NACIONAL MEXICANO


 Según la versión de José María Mateos, uno de los nueve fundadores del Rito Nacional Mexicano,  la masonería del Rito Escocés fue la primera en instalarse en nuestro país hacia los últimos años del siglo XVIII si bien otros autores contemporáneos dicen que no fue antes de 1806. Luego llegó la del Rito de York, aproximadamente en el decenio de los veinte del siglo XIX, y ambos agruparon distintas tendencias políticas que se manifestaron a partir de la independencia y que inficionaron todos los ámbitos del poder. Tanto los escoceses como los yorkinos cambiarían respectivamente su nombre al efímero de Novenarios y Guadalupanos hacia fines de 1828, cuando se prohibió inútilmente que los políticos participaran en las logias. Desde 1825 se fundó el Rito Nacional Mexicano, originalmente compuesto por nueve hermanos masones, cinco de ellos escoceses y cuatro yorkinos, con características particulares y propias —era libre e independiente de cualquier otro del globo, “como lo era la nación mexicana de las demás potencias”—, aunque teniendo como base los tres primeros grados de la masonería universal, esto es, el de Aprendiz, Compañero y Maestro, y llegando a nueve grados en total (Maestro Aprobado, Caballero del Secreto, Caballero del Águila Mexicana, Perfecto Artífice, Gran Juez y Gran Inspector General). Esa libertad e independencia, sin embargo, no lo separa de los principios generales de la Orden, ni de sus preceptos filosóficos y morales, ni de sus símbolos y ritos. Lo que los hacía diferentes, entre otros asuntos, era que propalaban que no se podía obligar a sus miembros a ejercer la religión oficial de su país, sino a establecer una libertad de pensamiento, tendiente a hacer al hombre “bueno, equitativo, sincero y humano hacia sus semejantes”. Una vez redactadas sus bases o reglas generales, quedó formalmente instalada la logia La Luz el 26 de marzo de 1826. Desde el inicio de sus trabajos, fue muy estrecha su vinculación con el liberalismo, basados en las ideas del masón escocés José María Luis Mora. El mismo José María Mateos, uno de los fundadores del nuevo rito, señaló en su historia que dedicaron sus esfuerzos a que hubiera libertad absoluta de opiniones, abolición de los privilegios del clero y la milicia, supresión de las instituciones monásticas y de todas las leyes que atribuían a la Iglesia el conocimiento de negocios civiles como el contrato del matrimonio, la mejora del estado moral de las clases por la destrucción del monopolio eclesiástico en la instrucción pública, y la garantía de la integridad del territorio por la creación de colonias que tuvieran como base el idioma, los usos y las costumbres mexicanas. Es necesario señalar que el Rito Nacional Mexicano tuvo que enfrentar siempre una férrea oposición por parte de los integrantes de los otros ritos tanto nacionales como extranjeros, y el que sus logias también se dedicaron a la política a partir del decenio de los cuarenta y sobre todo en el de los sesenta. Asimismo no fue nunca el único rito vigente en el país y tuvo que convivir —con muchos acuerdos y rupturas— sobre todo con el Rito Escocés antiguo y aceptado que renació en México a partir de 1859. Distintos autores puntualizan el año de 1868 como el que dio inicio al hecho de que la masonería saliera a la calle y fuera reconocida públicamente en países europeos y en los Estados Unidos. Esto se dio básicamente en funerales y entierros de hermanos masones a los que asistían los miembros de las logias portando sus insignias y símbolos,  asunto que en México sucedió a partir de 1872 en el sepelio de Benito Juárez. Entre 1865 y 1879 se introdujeron en México distintos ritos como el de York, el del Temple, el de San Juan, el Reformado y el Simbólico que coexistieron con los ya mencionados. En pocas palabras resume Mateos la actuación del Rito Nacional Mexicano: él creía firmemente que el rito había prestado buenos servicios a la patria; que a él habían pertenecido los hombres más eminentes de la República (aunque debemos recordar que nunca mencionó la pertenencia de Juárez al rito); que su lema era el triunfo de la verdad y el progreso del género humano y que la prueba de ello eran las Leyes de Reforma, por las que se arrancó el poder al clero, se derrocó la aristocracia, se estableció la democracia y se devolvió al pueblo la soberanía usurpada. Sus miembros, concluyó, acatan las leyes, y sus logias son “excelentes escuelas de moral” donde se enseña a practicar la virtud, a honrar a Dios con corazón puro por buenas acciones sin ocuparse de ningún culto, a amar a la humanidad y socorrer a sus hermanos, y a “no ver con indiferencia las desgracias de la patria, porque también han formado buenos ciudadanos”. Los masones mexicanos decimonónicos, fueran anticatólicos o no, creían en dos que consideraban grandes verdades: la existencia de Dios, nombrado Gran Arquitecto del Universo, y la inmortalidad del alma. A partir de 1876 la masonería mexicana estaba, en términos generales, claramente dividida en dos grandes grupos políticos. Por un lado operaba el Rito Nacional Mexicano que agrupaba a liberales radicales y por otro el Rito Escocés del que formaba parte Porfirio Díaz y todo el llamado liberalismo conservador, conciliador con el clero. Porfirio intentó con el paso de los años ejercer un férreo control de las logias, lo que generó varios intentos de oposición, como el de 1883, cuando fue creada la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones del Distrito Federal, independiente del Gran Oriente de México. Hacia 1890, Díaz buscó, a través del general Sóstenes Rocha y del Rito Escocés, que todas las logias se fusionaran en un solo organismo nacional que se llamaría la Gran Dieta Simbólica de los Estados Unidos Mexicanos. Según el autor Jean-Pierre Bastien, respondieron favorablemente la mayoría de las logias de los ritos templarios y yorkinos, además de las principales personalidades positivistas y porfiristas que eran miembros de la masonería escocesa. Sin embargo, no aceptarían ni la Gran Logia de Libres y Aceptados, ni el Rito Mexicano Reformado, ni los masones disidentes apoyados por la logia norteamericana “Toltec”, ni las logias vinculadas con el Rito Nacional encabezadas por Benito Juárez Maza.


Vázquez Mantecón, María del Carmen, Muerte y vida eterna de Benito Juárez. El deceso, sus rituales y su memoria (formato PDF), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2006, ilustraciones (Serie Moderna y Contemporánea 46) www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/470/muerte_vida_eterna.html (consulta: xx de xx de xxxx).

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